Cuando en el libro “Pasen y vean,(La vida de Favio)”, la autora Adriana Schettini le refiere:

- Hablemos de tu trabajo como actor de cine.
- No me gusta mucho acordarme de eso, porque pasó por mi vida como quien lee un diario rápido. No quedó en mis sentimientos. Quedó El Jefe, de Fernando Ayala, porque en la época en que trabajé en esa película descubrí mi cuerpo, pero es algo que está más relacionado con ser joven que con la película en sí. Las películas con Babsy quedaron, por el hecho de que me permitían estar con un amigo. Pero la única película que para mí es trascendente es Cuando en el cielo pasen lista, en la que participé cuando estaba internado en el Hogar El Alba. Esa película la recordé toda la vida porque ese día, yo tendría ocho años, nos dieron chocolate. Pero las demás películas mías como actor nunca me dejaron nada en sí mismas. Me alegró, por ejemplo, Dar la cara, porque me permitió conocer a un gran hombre, como es José Martínez Suárez. Me gustó hacer En la ardiente oscuridad porque ahí conocí a Mirtha Legrand. Me gustó hacer El ángel de España porque ahí conocí a Pedrito Rico. Pero no encuentro nada sustancioso en el hecho de haber sido actor de cine, salvo haber concretado los sueños de mi madre. Lo que recuerdo con cariño es la época en que hacía bolos en Radio El Mundo. Ese trabajo lo recuerdo con ternura porque en ese entonces vivía con Yaco Lorca en la pensión de al lado de la radio, y pasábamos horas tomando café con leche en el bar de enfrente, porque en esa época usé las primeras medias de nylon, porque en el bar conocí a una piba judía monísima que había vivido en un kibutz...